27 de enero de 2010

SUPERSTICIONES SUPERSTICIOSAS



El Ecuador, como la mayoría de las naciones de América Latina , se ha desarrollado entre abundantes creencias y supersticiones.  

Shamanes, curanderos y brujos son el denominador común en la vida cotidiana de sus habitantes. Existen todo tipo de supersticiones, pero las mas comúnes del país aluden a espejos, escaleras, gatos negros y números 13, una superstición que por cierto, es mucho más fuerte que cualquier otra.
Por ejemplo, en algunos edificios de Quito, la capital, no existe el piso 13. En los ascensores los botones saltan directo del 12 al 14, pues se cuenta que en los pisos 13 la suerte de quienes se atreven a vivir o trabajar allí nunca es buena, pasan toda la vida buscando estabilidad y jamás la encuentran. 
En Guayaquil, se dice que los días de "malisima" suerte son martes y viernes 13. Se especula que durante esos días uno nunca debe hacer negocios, no deben realizarse bodas y jamás se debe viajar, pues la mala suerte que provoca este número, es un obstáculo algo imposible de superar.

"Cuidadito si rompes un espejo luego de haberte reflejado, la mala suerte cae en tu vida por siete años"; "cuando un gato negro se cruza por tu lado, en los amores no serás afortunado"; "si pasas debajo de una escalera tu vida durará muy poco y si alguien te barre los pies, no te casarás, y si lo haces corres el riesgo de no ser verdaderamente feliz" dicen las abuelas del Carchi. 

En Ambato, en cambio, se dice que jamás se debe pedir sal si  esta no está dentro de un salero, pues el riesgo es que quien te la pase en una cuchara la riegue, suceso que dará a tu vida un giro de nueve a catorce años de mala racha. 

Pero hasta hoy no solo existen las supersticiones con objetos, sino que con el pasar de los años se han aumentado a la lista algunas otras que van acompañadas de frases para protegerse del mal aire de la suerte,. frases que surgen por la visita de habitantes de paises hermanos. 

Por ejemplo, en los pueblitos pequeños del norte del país, el Chota, San Pablo del Lago, Mira o Suleta, San Pascual es quién trae la suerte. 
Los antiguos, cuando se prendía la leña para hacer fuego, decían: si lanza chispas, se debe bailar y las mujeres deben levantar la falda diciendo "San Pascual bailón que llegue tarde que llegue temprano", considerando que las chispas fuesen una señal de que se iba a recibir una buena noticia, o en caso contrario si la noticia era mala, se agregaba la frase "sino que no llegue  ni envano", esas palabras se las repetía varias veces siempre bailando y con la falda hacia arriba.

Otras personas buscando aumentar la clientela de negocios, principalmente en Riobamba, tomaban cuatro cabezas de ajo amarrados con una tira de satín rojo, y las colocaban en diferentes partes del lugar, repitiendo siempre "Por mi, por ti, por todos, para que me vaya bien para que me vaya mal, pero nunca desigual".

En otras zonas para tener hijas, las mujeres indígenas especialmente de la zona sierra, vestían con ropa de muñecas a unas cuantas papas “cholas” y repetían "Una hijita me has de dar cuando el sol salga a madrugar" y cuando era hora de ir a la cama se acostaban con ellas, eso de alguna forma les garantizaba que tendrían por lo menos una niña dentro de su desendencia. 
 
Por otro lado estaban y en algunas casas aún persisten las creencias para echar fuera aquellas personas que no son bienvenidas,. Entre  los antiguos era algo muy típico en todo el país. Cuando aquella persona entraba, se dice que se corría por una escoba para colocarla junto a la puerta de cabeza y así se lograba una rápida partida del visitante.

O si el caso era una casa llena de malas vibras, se llamaba a un brujo o curandero quién colocaba una rama de sábila junto con una herradura en la parte superior de la puerta principal, y entonces se despedia diciendo diez veces "Mala vibra sal, busca otro hogar, este queda en paz, que entre la bondad y la oscuridad vuelva a su lugar".

Claro, todas las supersticiones en el Ecuador, duraban y duran hasta que un Shaman, un brujo o un curandero de cepa, con uno que otro truquito y bajo algún dinerito quite el mal andar.

25 de enero de 2010

LA CASA 1028


Masa de sal
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An tiempo atrás, en Quito, vivía una niña llamada Aurora.
Ella, era una jovencita muy simpática, sus ojos eran tan claros y azules como el cielo en pleno vgerano y su cabello tan rubio como el color que refleja el sol. Sus Familiares desde pequeña la llamaban Bella, Bella Aurora, así en todo lugar se lo conocía.
Bella Aurora pertenecía a una familia de buena posición, sus padres además de ser ricos, eran muy cariñosos y la adoraban, pues ella era la única hija que tenían.
En el tiempo en que vivió Bella Aurora, la Plaza de la Independencia no tenía el monumento a la Libertad de hoy, sino una pila al centro y nada más, ni flores, ni árboles, estos fueron plantados a finales del Siglo XIX y mediados del Siglo XX como iniciativa del presidente Gabriel García Moreno, quien mando a convertir la plaza en un pequeño jardín al estilo francés para mejorar la fachada del casco colonial. Entonces en aquellos tiempos, en la plaza, se realizaban con frecuencia corridas de toros.
Una mañana entre los primeros días de diciembre, la familia de Bella Aurora asistió a la que había sido anunciada como una gran corrida. La tauromaquia era un arte que año tras año, mes tras mes tradicionalmente disfrutaban muchos de los quiteños.
Bella Aurora nunca había visto un espectáculo taurino, por ello sus padres decidieron llevarla a la gran corrida. Ella curiosa comentaba con su madre todo lo que pasaría cuando de pronto entre preguntas y murmullos, la feria había empezado, primero mientras se tocaban trompetas, salieron al ruedo los toreros para saludar al publico montados en bellisimos caballos, traídos desde España, con capas rojas y banderillas de colores en sus manos, al poco tiempo se despejo el ruedo y salió un toro negro, muy grande y robusto, que al verlo simplemente daba miedo.
Como es normal, el toro dio una vuelta reconociendo la arena. Y luego de mirar a su alrededor, se acercó lentamente hacia donde Bella Aurora espectaba, fijamente la miraba mientras caminaba, pero la niña de inmediato se desmayó del susto, solto el brazo de su madre y cayo al suelo.
Sus padres no podían entender lo que pasaba con aquel toro, así que solo salieron de allí con la pequeña en brazos hasta su casa, unas calles abajo, donde intentaron curarla del espanto.
Mientras en la plaza se dice que aquel toro negro, cuando vio a Aurora alejarse, se desespero buscándola, y al no encontrarla, esquivo a los toreros y saltó la barrera, con su olfato dio con la casa de la niña, la casa 1.028.
El toro se había enamorado.
Furioso y desconcertado rompió la gran puerta de madera que daba a la calle,  los sirvientes lo vieron dar vueltas en el patio interno de la casa, de un brinco de pronto subió al corredor, olfateó por todas partes hasta que entró al dormitorio de Bella Aurora.
Cuando la niña lo vio, quiso huir, pero no tuvo fuerzas. Los sirvientes quedaron desconcertados y entre gritos solo se alcanzó a escuchar un grito más fuerte, el de Aurora mientras el toro la embestía. 
De inmediato sus padres y empleados corrieron a ver que sucedía, el animal escucho ruidos y desapareció después. Se hizo humo. Nunca ni siquiera se lo vio salir.



Bella Aurora había quedado en el piso bañada en sangre. Ella falleció esa misma tarde, sus padres quedaron devastados, enterraron a su pequeña en una hacienda a las afueras y poco después abandonaron la ciudad.  

22 de enero de 2010

EL CURA SIN CABEZA



En medio de la calma en que vivía la ciudad de Loja, en aquella época en que aún no se conocía la luz eléctrica y las pocas calles quedaban sumidas en la obscuridad a las siete de la noche, comenzó a suscitarse un hecho que aterrorizó a la escasa y recatada población de ese entonces.


Tan pronto en la iglesia mayor sonaban las doce campanadas que marcaban el filo de la media noche despertando a brujas y fantasmas, sobre el empedrado de la calle Bernardo Valdivieso se escuchaba el ruido producido por los cascos de un caballo que salía a todo galope desde un recodo de la Miguel Riofrío y luego se perdía por las calles periféricas de la ciudad que entonces eran apenas estrechos callejones.
Las personas que admiradas de la audacia del jinete, que se atrevía a salir a esa hora de la noche, se asomaban a sus puertas o balcones, pero sólo atinaban a ver un cuerpo con capa y sotana de cura pero ¡sin cabeza!

A pesar de la rapidez con la cual cabalgaba el jinete, pero dada la circunstancia de que la escena se repetía diariamente, los curiosos aseguraban que debajo de la sotana habían visto los pies del jinete sobre los estribos e igualmente las manos que sobresalían del negro manto y sujetaban fuertemente las bridas, pero nadie vio jamás la cabeza porque definitivamente no la tenía. De allí que el "fantasma" fuera bautizado con el nombre de CURA SIN CABEZA y desde entonces no hubo en la ciudad un tema que gozara de mayor popularidad: los hombres muy valientes, por cierto aseguraban haberlo visto frente a frente, mientras que las mujeres se santiguaban cuando oían mencionar su nombre y para los niños no había mejor cosa que nombrar al "cura sin cabeza" para que se portasen bien e hiciesen lo que ordenaban los adultos.


Se hallaba en su punto culminante este reinado de terror impuesto por el "cura sin cabeza" cuando ocurrió algo inesperado.
Lo mejor de la sociedad lojana había concurrido a una fiesta que se  dio en un a elegante casa del barrio de San Agustín en donde los convidados comieron, bebieron y bailaron  hasta momentos antes de la media noche, hora en la cual todos procuraron retornar apresuradamente a sus hogares precisamente por temor a un fatídico encuentro con el "cura sin cabeza".
Pero hubo una excepción y  ella estuvo compuesta por un pequeño grupo de jóvenes que habían bebido más de la cuenta y se sintieron muy a tono como para encontrarse e inclusive desafiar al temido "Cura". Se quedaron en la fiesta y siguieron libando hasta que sonaron las doce campanadas de la medianoche y entonces salieron llenos de euforia para darle la cara al fantasma o lo que fuere, ya que estaban resueltos a enfrentarse hasta con el mismo diablo.
Pero les falló el cálculo del tiempo y cuando llegaron a la esquina de las calles Bernardo Valdivieso y Miguel Riofrío sólo vieron al extraño jinete que, con su caballo a todo galope, se perdió por el recodo de la calle 10 de Agosto.

Más no se dieron por vencidos y mejor fueron a proveerse de lo necesario para esperar su retorno, pues se comentaba que solía hacerlo cuando comenzaban a disiparse las sombras de la noche.
Provistos de una buena botella de licor para contrarrestar el frío de la noche y por qué no decirlo también, el miedo que les inspiraba su temeraria aventura, los cuatro jóvenes fueron a apostarse a los dos costados de la calle Bernardo Valdivieso, entre Miguel Riofrío y Rocafuerte, y allí clavaron fuertes estacas  entre las cuales templaron una cuerda de tal modo que, cuando llegara el caballo con su jinete, sólo pudiera pasar el primero por debajo de la cuerda, mientras que el segundo sería derribado por la misma y allí lo atraparían los que para entonces ya estarían bastante borrachos.

Las primeras horas de la madrugada pasaron con relativa calma y el efecto del licor se traducía en bromas y risas, pero la situación se puso tensa cuando escucharon las campanas que anunciaban las cuatro de la mañana y el jinete- fantasma no aparecía por ninguna parte. Estaban a punto de abandonar su temeraria asaña cuando percibieron, a lo lejos, los cascos del caballo sobre el empedrado de la calle. Disimularon su presencia, a pesar de que no hacía falta  debido a la obscuridad de la noche, y esperaron a que llegara el jinete y tropezara con la cuerda.
Tal como lo habían previsto, llegó el caballo a todo galope y al toparse el jinete con la cuerda, cayó al suelo y sobre él se abalanzaron los jóvenes y lo inmovilizaron a pesar de que estaban temblando por el miedo.

¡Habla! le ordenaron entonces ¡habla, ya seas de este mundo o del otro!
¡No me maten! gimió una voz y entonces los jóvenes pudieron comprobar que se trataba de un hombre de carne y hueso.Una vez que le quitaron su extraño atuendo:
Una sotana de cura cosida de tal manera que el cuello le quedaba sobre la cabeza, dejando sólo unos agujeros para los ojos y otros a la altura de las manos, mientras que la capa le cubría hasta los pies, el hombre- fantasma quiso huir,  pero los jóvenes lo sujetaron fuertemente y le prometieron dejarlo marchar solamente después de que le hubiera contado los motivos, las razones y la historia de su extraña actitud.
Se sentaron. Pues, sobre la acera de la parte posterior del convento de Santo Domingo y allí se descubrió el enigma.

Juan Fernando era hijo de españoles afincados en Lima, en donde había nacido y educado con gran esmero, pues su familia disponía de grandes recursos.
Desde niño tuvo la oportunidad de relacionarse con su prima María Rosa, hija de un hermano de su padre y dadas las circunstancias de que ambos eran hijos únicos, la soledad del uno se esfumaba con la presencia del otro y así aprendieron a amarse y necesitarse hasta el punto de que más tarde les fue imposible vivir separados, pero al cumplir su mayoría de edad resolvieron unirse en matrimonio.
Pero allí surgió el problema porque los padres de ambos jóvenes se opusieron rotundamente por razones de su parentesco carnal y en vista de que inclusive tenían elegidos a los consortes para sus respectivos hijos, aquel matrimonio resultaba imposible desde todo punto de vista.

Puesta la joven ante la disyuntiva de casarse inmediatamente con un rico pretendiente o entrar en un convento, ella optó por lo segundo, pero sus tercos padres no la dejaron en Lima sino que como castigo la desterraron a un convento de Loja, atenta la circunstancia de que en esta lejana ciudad vivían unos parientes de su madre. Al despedirse de su amado, María Rosa le prometió que jamás profesaría y que solamente estaría esperándolo hasta que fuera a rescatarla; él por su parte, juró que así lo haría.


Poco tiempo después un apuesto joven se presentó en el Convento  de Santo Domingo de la ciudad de Loja solicitando se  lo admita primero como un huésped y después, si las circunstancias lo ameritaban, como un aspirante a  la Orden. En su fuero interno había resuelto su cometido, pero sino lo conseguía, de verdad se convertiría en un Religioso pues en el mundo ya no había otra meta para su vida. Como los documentos que trajo desde Lima eran excelentes, el Superior del Convento lo acogió de buen agrado y hasta comenzó a confiarle pequeñas tareas que lo ayudarían a ambientarse y a sentirse cómodo dentro de su nuevo lugar de residencia.

¡Qué lejos estaban los religiosos de imaginar que ese joven callado y austero que pasaba todo el día trabajando en el jardín o ayudando en los menesteres de la iglesia, era el mismo que por las noches se escapaba para ir a visitar a su amada que en igual situación se encontraba en otro convento de la ciudad.

Asimismo los cuatro jóvenes que lograron derribarlo de su caballo y lo tenían inmovilizado exigiéndole que les revelara la verdad, se hallaban bastante lejos de imaginar que ese hombre fuera el mismo que mantenía aterrorizado al vecindario como el supuesto "cura sin cabeza".

¡Por favor tengan piedad de mí! imploró el joven. Pero ante la imposibilidad de que lo liberasen sin revelar su identidad, comenzó así su extraña historia:
 Soy forastero, vine desde Lima detrás de mi amada que fue desterrada a este lugar y condenada a vivir en un convento para que no se casara conmigo. Como no tenía amigos en esta ciudad, a uno de mis tíos que es fraile dominico en Lima, le pedí que me diera recomendaciones   para hospedarme en el Convento de Santo Domingo de Loja. Conseguido esto, pensé que había culminado la primera parte de mi empresa.
¿Cuál fue la segunda? le interrogaron con curiosidad los captores.
Voy a contarles prometió el joven pero por lo menos suéltenme para poder hacerlo con relativa calma.
Ellos accedieron y el joven continuó: La segunda parte resultó aún más difícil y temeraria pero no había otra manera de cumplirla: como uno de los Padres Dominicos acudía todos los días a celebrar la misa de cinco de la mañana en la iglesia del convento donde se hospeda mi novia, me ofrecí para acompañarlo y servirle de acólito. De esta manera me puse de cuerpo entero ante los ojos de mi amada y así ella ya podía al menos abrigar una esperanza.
¿Qué hizo entonces? preguntó uno de los curiosos interlocutores.
Se las ingenió para conseguir  que a ella también le permitieran ayudar en la sacristía, y en un momento de descuido de la Madre sacristana, me pasó un papelito que yo apreté desesperadamente entre mis dedos y solamente pude leerlo en el retiro de mi cuarto  una vez que estuve de vuelta en el convento.
Allí me decía, continuó el joven, que a las doce de la noche me esperaría en la parte posterior del convento, lugar y hora donde yo esperaría su señal.
¿Salió ella a verte por la puerta de atrás del convento?.
¡Imposible! Sólo pude escuchar su dulce e inconfundible voz que me decía que me amaba; y con grandes esfuerzos poco a poco hice un pequeño orificio en la pared, por donde ella deslizaba su fina y pálida mano que yo cubría de besos hasta que llegaba la hora de volver a separarnos.

Pero ¿por qué tenías que disfrazarte de "cura sin cabeza" para acudir a esas citas?
Porque era la única manera de alejar a los curiosos y tener la seguridad de que nadie nos molestaría. De otro modo habría sido imposible concertar esas peligrosas citas. El temor al fantasma era lo único que podía guardar nuestro secreto.
¿Y de dónde sacaste el caballo y los atuendos de cura?  
El caballo lo tienen siempre a mono los padres Dominicos para cuando se presenta la necesidad de salir a los campos a confesar algún enfermo grave y pastorea en ese terreno vacío que da a la calle lateral, por donde hay una puerta grande que yo la dejo sin llave para poder salir y entrar sin desmontar del caballo. Lo demás fue fácil hacerlo con unos hábitos viejos que encontré en un baúl del convento y que seguramente pertenecieron a frailes ya fallecidos.

¡No hay duda de que eres bien osado! comentó uno de los captores.
No habían alternativas y el amor lo supera todo replicó el limeño.
¡Termina, termina! dijeron los otros estamos ansiosos por conocer el final y fíjate que ya amanece...
En todas las entrevistan nocturnas con mi amada planeábamos la fuga para el día siguiente después de la misa de cinco a la que yo concurría infaltablemente como sacristán del padre dominico, pero todos los días había algo que estorbaba nuestro plan y sobre todo ella no se arriesgaba a ponerlo en práctica.
Así han transcurrido varios meses que han sido para los dos un verdadero infierno de angustia ante el temor a ser descubiertos y esto al fin ha ocurrido ahora truncando nuestro sueño de manera definitiva terminó diciendo el joven con profunda tristeza.

¡No! contestaron a coro los cuatro jóvenes lojanos que para entonces se encontraban ya repuestos de tremenda borrachera.
¿No? repitió asombrado el limeño y luego preguntó: ¿No van a entregarme ustedes a las autoridades para que me encierren e la cárcel por lo que he hecho?
¡No! volvieron a repetir los cuatro y uno de ellos, interpretando el sentimiento  generoso y hospitalario que es proverbial en los lojanos, agregó:
Te vamos a dar la ultima oportunidad de convertirte en el "cura sin cabeza" para que vayas esta noche a contarle a tu novia lo que ha ocurrido y prevenirla de que si mañana no se fuga contigo, se quedará para siempre en ese convento. Si ambos no aprovechan esta generosidad de nuestra parte, olvídate de que nos hemos visto porque si una noche más de la que te concedemos, te apareces por aquí como el "cura sin cabeza"...! Irás a parar en la cárcel con caballo y todo!

Tan hermoso le pareció lo que acababa de escuchar que casi no lo creía. Los abrazó a los cuatro muchachos como a los hermanos que nunca había tenido y corrió a preparar su huída.
Nunca se supo cómo y cuando lograron escapar los dos jóvenes peruanos, pero después de algún tiempo se recibió en el correo central una extraña postal que armó revuelo en el vecindario porque estaba dirigida:
"A los buenos amigos que me ayudaron a escapar y a conseguir mi felicidad"
firma: El Cura sin Cabeza.

Desde entonces se tejieron más historias alrededor del "cura sin cabeza", pero el único hecho inequívoco fue que nunca volvió a vérselo en las calles de Loja; y como la postal que se recibió en el correo provenía de Lima, comentábase que seguramente estaría haciendo de las suyas en la vecina República del Perú.

18 de enero de 2010

LOS GAGONES

Hace varios años, cerca del puente roto de Cuenca, apareció una criatura con forma de perrito faldero.
Este pequeño personaje se caracteriza por ser completamente blanco y de ojos tan negros como la noche.
Este extraño pero dulce animal aparece cuando personas con grado de familiaridad tienen relaciones prohibidas, es decir cuando surgen romances entre primos, especificamente entre primos hermanos.
Este pequeñuelo aparece con el objetivo de asustarlos para separarlos y manterlos fuera del pecado.
Cuando es así se escuchan gemidos que imitan a los lloriqueos de un bebe recién nacido, sonidos tan escalofriantes y agudos que aquellos siempre se separan a tiempo para no causar el enojo del Gagón.
La gente antigua para saber si sus familiares están fuera de cualquier pecado, aún creen que si se atrapa al Gagón y se lo tizna de negro en la frente con carbón, las frentes de las personas que este animal sorprendió en pecado, también se tiznarán de negro.


15 de enero de 2010

LA LLORONA



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Por lo menos una vez, en cualquier region del Ecuador, se ha oído hablar de La llorona.

Angustia de la Torre uriunda del oriente, es una mujer muy alta y bella de cuerpo, siempre viste de color blanco, aunque no es posible distinguir bien sus rasgos faciales.

Los relatos populares, la describen como una mujer sin pies, pues parece desplazarse por el piso sin rozarlo, como flotando.

La historia cuenta que la llorona es una mujer con un eterno penar que se debe a que busca a un hijo recién nacido que asesinó arrojándolo al río para ocultar un pecado. 
Y como no lo ha encontrado esta en una continúa penitencia.

Ella castiga a los muchachos que andan de amores prohibidos, dicen que su forma natural de castigarlos es matándolos.
Cuando va a matarlos, quienes la han visto, dicen que ella puede llegar a matarlos en un helado abrazo cuando los toca.

Se la llama la llorona porque sus gemidos son aterradores y penetrantes, por las calles va diciendo ¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está mi hijo?, devuelvanme mis tripas y mi pusun, lo que ella quiere decir esque le devuelvan parte de su ser, sus peticiones las hace de una forma insistente ,única , es capaz de enloquecer a los perros mientras deambula por las noches, sobre todo cuando es noche de plenudio.
La mayoría de los relatos, la consideran señal de malos presagios, un indicador de mal agüero, ella puede acercarse para enfermar a las personas, empeorar a los enfermos o traer desgracias a los seres queridos.
Aunque en otros relatos, la llorona se presenta como un ser inofensivo que necesita consuelo y ayuda, despertando piedad en la gente que, cuando se acerca a consolarla, les roba todas sus pertenencias.

EL SAPO KUARTAM-TAN


En la zona del oriente ecuatoriano existe una pequeña y muy particular leyenda sobre un sapo, cuyo nombre es Kuartam, se trata de un curioso anfio que tiene la capacidad de convertirse en un feroz tigre cuando alguien lo molesta.
Cuenta la historia que hace varios años, un Shuar caminaba por la selva espesa del oriente, en medio de la noche pues iba de cacería, pensando durante el camino muy incrédulo de que el sapo Kuartam existiera, sin pensarlo dos veces, imitó su canto, que por cierto se dice que viene de los árboles. Así empezó “Kuartam-tan, Kuartam-tan”, de esa forma él quería comprobar si en realidad lo estaba retando, pero para su fortuna nada pasó. Pasaron algún días y cada que el Shuar iba de casería cantaba “Kuartam-tan, Kuartam-tan, a ver si me comes”, mientras reía.

Un día su mujer muy preocupada por el le pidió que no lo volviera hacer pues sabían que aquel sapo a la vista era inofensivo, pero cuando se enojaba lo hacia de verdad.
Pero el Shuar no creyó en nada de eso nuevamente. Entonces un día Kuartam, el sapo, al oírlo nuevamente cantar, se le acerco y en un dos por tres se convirtió en felino y lo comió.
Nada se escuchó del ataque, pero la mitad del cuerpo del Shuar había desaparecido.
Al alba, la mujer del Shuar salió a buscarlo, pues ya hacia tiempo de que su esposo no había regresado, al encontrar la mitad del cuerpo del que era su marido inmediatamente pensó en el sapo Kuartam, así que decidió matar a Kuartam. Llegó hasta el árbol donde el batracio cantó la noche anterior. Y luego de varios machetazos tumbó el árbol que al caer mató a Kuartam, que ya se había convertido nuevamente en un sapo con un estómago inmenso.
La mujer cortó rápidamente la panza de Kuartam sin ningún recelo y los pedazos del Shuar rodaron por los suelos. La venganza no le devolvió la vida al Shuar, pero su mujer pudo contar que nunca es bueno imitar a Kuartam. Pues aunque ella creía haberlo matado, a lo lejos de la tupida floresta se escuchaba un nuevo: “kuartam-tan, kuartam-tan”, pero aun nadie sabe si se trata del sapo o un Shuar a la espera de un tigre.

11 de enero de 2010

Brujas sobre Ibarra


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Al norte del Ecuador a los pies del Taita Imbabura, de la Mama Cotacachi y del Fabuloso Cayambe, se encuentra Ibarra, ciudad hermosa por sus lagunas y por sus magnificos paisajes, que guardan celosamente su excéntrica historia.
“Ciudad a la que siempre se vuelve, cita uno de los muchos versos con el que se identifica a IBARRA.
Ibarra en la antiguedad fue un lugar de asentamientos de etnias, la Imbaya, Cayambis, Otavalos, Caras y Caragues. Actualmente sigue siendo poblada por extraños a la zona, principalemente por estar cerca a la frontera colombiana, son muchos los migrantes que han encontrado allí un nuevo hogar.
Cuenta la historia que desde arriba del Torreón, la ciudad, en las noches de luna, parecía una maqueta parda llena de tejados, que guardaban jardines atiborrados de buganvillas, nogales e higos. Más arriba, en cambio, se distinguían las palmeras chilenas: enjutas y lustrosas, pese a la intensidad nocturna y las exiguas farolas, alumbradas con mecheros que de cuando en cuando eran revisados por el farolero, envuelto en un gabán descolorido que no impedía apreciar su silueta recorriendo esa luz mortecina que golpeaba las paredes de cal.
Más arriba, aún, el parque de Ibarra era un minúsculo tablero de ajedrez sin alfiles, donde destacaba el añoso Ceibo, plantado tras el terremoto del siglo XIX y que según decían, sus ramas habían caminado una cuadra entera.
En aquel entonces la noche caía plácida sobre las enredaderas y la luna parecía indolente a las sombras que pasaban, pero que no podían ser reflejadas en las piedras. ¿Muchos se preguntaban ¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes tenían el privilegio de contemplar sus paredes blanquísimas engalanadas con los fulgores de la luna? ¿Quiénes pasaban en un vuelo rasante como si fueran aves nocturnas? ¿Quiénes se sentaban cerca de las campanas de la Catedral a mirar los tejuelos verdes y las copas de los árboles?
Pero en realidad no era fácil decirlo y mucho menos decifrarlo. Unas veces eran las brujas de Mira, otras las de Pimampiro y muchas ocasiones las de Urcuquí. Eran una suerte de correos de la época, acaso a inicios de siglo, que viajaban abiertas los brazos, por los cielos estrellados de Imbabura. Por eso no era casual que las noticias, que por lo general se tardaban en llegar cuatro días desde Quito, se conociera más aprisa en los corrillos de estas tres poblaciones unidas por un triángulo mágico.
Pero, a diferencia de lo que se cree de las brujas, que van en escoba, llevaban un traje negro y tienen la nariz puntiaguda, las del sector norteño ecuatoriano, poseían trajes blanquísimos y tan almidonados que eran tiesos. Por eso cuando las voladoras pasaban los pliegues de sus vestidos sonaban mientras cortaban el viento. Algunos las tenían localizadas. Por eso cuando pasaban por encima de las casas, existían los atrevidos que se acostaban en cruz y con esta fórmula las brujas caían al suelo.
Otros, en cambio, preferían decirles que al otro día vayan por sal y de esta manera conocían su identidad. Pero las voladoras de Mira también tenían sus hechizos. Quienes se burlaban de las brujas terminaban convertidos en mulas o gallos. Y eso, al parecer, le sucedió a Rafael Miranda, un conocido galeno de Ibarra, de inicios de siglo. Cuentan los abuelos que el doctor Miranda desapareció un día sin dejar rastro. Sus amigos lo buscaron por todos lados infructuosamente. Sus familiares estaban desesperados. El tiempo pasó. Entonces, una tarde, un conocido del doctor Miranda recorría unas huertas por Mira y miró a un hombre desaliñado con un azadón. Creyó reconocerlo.
Al acercarse comprobó con estupor que se trataba del famoso doctor Miranda. Lo sacó del lugar y tras curaciones prodigiosas el galeno volvió a su estado normal y nunca más se sintió gallo.
Otra historia, en cambio, sirvió para que Juan José Mejía, el popular y primer sacamuelas de Carchi e Imbabura, justificara una parranda de tres días. Cuando le preguntaron porque no había llegado a la casa contestó sin inmutarse: “Estuve en Mira amarrado a la pata de una cama, convertido en gallo y recién me escapo de las brujas”. Claro que estuvo en Mira y, acaso, le brindaron –como a muchos- el famoso tardón, que es una bebida que basta un solo trago para que el confiado visitante termine por los suelos, en un remolino de carcajadas.
Por eso los políticos de turno o las autoridades, que siempre ofrecen solucionar todos los problemas, se dan cuenta de los fatídicos brebajes demasiado tarde, quedan arrumados en las sillas de madera, con un olor imperceptible a aguardiente, que es uno de los ingredientes del tardón, elaborado de papa y de secretísimos compuestos que ha sido imposible develar. Cuando alguna autoridad trataba de levantarse caía en cuenta que sus honorables posaderas estaban como pegadas a la silla.