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Al norte del Ecuador a los pies del Taita Imbabura, de la Mama Cotacachi y del Fabuloso Cayambe, se encuentra Ibarra, ciudad hermosa por sus lagunas y por sus magnificos paisajes, que guardan celosamente su excéntrica historia.
“Ciudad a la que siempre se vuelve, cita uno de los muchos versos con el que se identifica a IBARRA.
Ibarra en la antiguedad fue un lugar de asentamientos de etnias, la Imbaya, Cayambis, Otavalos, Caras y Caragues. Actualmente sigue siendo poblada por extraños a la zona, principalemente por estar cerca a la frontera colombiana, son muchos los migrantes que han encontrado allí un nuevo hogar.
Cuenta la historia que desde arriba del Torreón, la ciudad, en las noches de luna, parecía una maqueta parda llena de tejados, que guardaban jardines atiborrados de buganvillas, nogales e higos. Más arriba, en cambio, se distinguían las palmeras chilenas: enjutas y lustrosas, pese a la intensidad nocturna y las exiguas farolas, alumbradas con mecheros que de cuando en cuando eran revisados por el farolero, envuelto en un gabán descolorido que no impedía apreciar su silueta recorriendo esa luz mortecina que golpeaba las paredes de cal.
Más arriba, aún, el parque de Ibarra era un minúsculo tablero de ajedrez sin alfiles, donde destacaba el añoso Ceibo, plantado tras el terremoto del siglo XIX y que según decían, sus ramas habían caminado una cuadra entera.
En aquel entonces la noche caía plácida sobre las enredaderas y la luna parecía indolente a las sombras que pasaban, pero que no podían ser reflejadas en las piedras. ¿Muchos se preguntaban ¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes tenían el privilegio de contemplar sus paredes blanquísimas engalanadas con los fulgores de la luna? ¿Quiénes pasaban en un vuelo rasante como si fueran aves nocturnas? ¿Quiénes se sentaban cerca de las campanas de la Catedral a mirar los tejuelos verdes y las copas de los árboles?
Pero en realidad no era fácil decirlo y mucho menos decifrarlo. Unas veces eran las brujas de Mira, otras las de Pimampiro y muchas ocasiones las de Urcuquí. Eran una suerte de correos de la época, acaso a inicios de siglo, que viajaban abiertas los brazos, por los cielos estrellados de Imbabura. Por eso no era casual que las noticias, que por lo general se tardaban en llegar cuatro días desde Quito, se conociera más aprisa en los corrillos de estas tres poblaciones unidas por un triángulo mágico.
Pero, a diferencia de lo que se cree de las brujas, que van en escoba, llevaban un traje negro y tienen la nariz puntiaguda, las del sector norteño ecuatoriano, poseían trajes blanquísimos y tan almidonados que eran tiesos. Por eso cuando las voladoras pasaban los pliegues de sus vestidos sonaban mientras cortaban el viento. Algunos las tenían localizadas. Por eso cuando pasaban por encima de las casas, existían los atrevidos que se acostaban en cruz y con esta fórmula las brujas caían al suelo.
Otros, en cambio, preferían decirles que al otro día vayan por sal y de esta manera conocían su identidad. Pero las voladoras de Mira también tenían sus hechizos. Quienes se burlaban de las brujas terminaban convertidos en mulas o gallos. Y eso, al parecer, le sucedió a Rafael Miranda, un conocido galeno de Ibarra, de inicios de siglo. Cuentan los abuelos que el doctor Miranda desapareció un día sin dejar rastro. Sus amigos lo buscaron por todos lados infructuosamente. Sus familiares estaban desesperados. El tiempo pasó. Entonces, una tarde, un conocido del doctor Miranda recorría unas huertas por Mira y miró a un hombre desaliñado con un azadón. Creyó reconocerlo.
Al acercarse comprobó con estupor que se trataba del famoso doctor Miranda. Lo sacó del lugar y tras curaciones prodigiosas el galeno volvió a su estado normal y nunca más se sintió gallo.
Otra historia, en cambio, sirvió para que Juan José Mejía, el popular y primer sacamuelas de Carchi e Imbabura, justificara una parranda de tres días. Cuando le preguntaron porque no había llegado a la casa contestó sin inmutarse: “Estuve en Mira amarrado a la pata de una cama, convertido en gallo y recién me escapo de las brujas”. Claro que estuvo en Mira y, acaso, le brindaron –como a muchos- el famoso tardón, que es una bebida que basta un solo trago para que el confiado visitante termine por los suelos, en un remolino de carcajadas.
Por eso los políticos de turno o las autoridades, que siempre ofrecen solucionar todos los problemas, se dan cuenta de los fatídicos brebajes demasiado tarde, quedan arrumados en las sillas de madera, con un olor imperceptible a aguardiente, que es uno de los ingredientes del tardón, elaborado de papa y de secretísimos compuestos que ha sido imposible develar. Cuando alguna autoridad trataba de levantarse caía en cuenta que sus honorables posaderas estaban como pegadas a la silla.
2 comentarios:
muy interesante el tema me gustaria que analices un poco más esta clase de temas que tienen un poco de misterio y que lleva muchos mitos a nuestro querido Ecuador FELICITACIONES
interesante tu blog, me gustaria mas historias de nuestro ecuador
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